
Bussi está otra vez frente a la justicia. Pasó tiempo, pero el tiempo llegó. El horror de los años de plomo que continuará a pesar de que los culpables sean condenados.
El ex-general prepotea... como cuando tenía vida. Como cuando era el dueño... de la vida. Balbucea, se emociona, reivindica, ofende, ataca, justifica. Busca aliados en los aplausos obsecuentes de los integrantes de su desmembrado partido. Pide tiempo para respirar y para que su presión no se dispare.
Parece indefenso detrás de una enfermedad que lo cachetea desde hace años. Silla de rueda que lo traslada, bigotera que le ayuda a respirar y pañuelos descartables que secan sus ojos y su boca que se llena de saliva mientras las ojas de su escrito avanzan una tras de otra. Copa de agua para mojar la boca...
No va a contestar cuando le pregunten. No está en condiciones de hacerlo, dijo. Estrategia y salud formarán un duo para ocultar. Después de leer durante horas justificativos a un accionar cruel era lógico que no la iba a dejar picando para que los que lo acusan le conviertan un gol cuando el ya no puede volar de palo a palo.
Busca, desde su lamentable actualidad, despertar piedad. Virtud, que por otra parte sus acusadores, dicen que no tenía cuando ejercía el poder. Persecusión política, aseguran sus acólitos, que son las razones para que otra vez el hombre duro esté donde se sientan los delincuentes. Bussi, no es desde hace años, un peligro político para nadie.
Serán dias de recuerdos horrorosos, para unos y sentimiento patriótico para otros. Cada una seguirá peleando la guerra que Bussi dice que existió. Unos quieren la verdad y recuperar los cuerpos que el silencio cómplice oculta con la misma eficacia que la tierra que los cubre. Otros quieren que se los reconozca como integrantes de una gesta épica y salvadora.
Estos últimos son los que están, otra vez, en el banquillo.