11 de enero de 2011

Villa Nydia



Otra vez vacaciones por las sierras cordobesas. Fui donde el Che vivió de chico. Se me puso la piel de gallina.

Alta Gracia no es una gran ciudad. Tal vez nunca lo sea, pero tiene como propiedad algo envidiable: Villa Nydia, la casa del Che Ernesto Guevara de la Serna. Fuimos en familia a conocerla y, tal vez, haya sido el punto más emotivo de mis vacaciones.

De repente, en medio de fotos y muebles viejos, me puse a pensar que yo estaba pisando el mismo mosaico que pisó el hombre más trascendente del siglo pasado que haya nacido por estas tierras.

Me lo imaginé, respirando con dificultad, apoyado en sus codos leyendo 20.000 Leguas de Viaje Subamarino. O sentado en la cocina esperando el té caliente con el que la cocinera de la familia lo mimaba, cada vez que sus ataques de asma lo retenían en la casa.

Coincidimos en la visita con muchos jóvenes europeos ávidos por conocer algo más de la vida del revolucionario-aventurero-médico. Desde el origen de algunos de los visitantes tal vez me (les) sirva para dimensionar la figura de un tipo que creyó que la solidaridad y la libertad eran bienes que le correspondían a cada habitante de latinoamerica.

Leí cada cartel, cada diario, cada consigna. Me maravillé con las fotos de la barra que jugaba con Ernesto. Me emociné hasta las lágrimas con el video en el que viejos amigos de la infancia, su maestra de primario y la humilde cocinera recuerdan a semejante personaje de la historia.

Me saqué fotos en cada sala, recorrí varias veces la extensión de la casa. Estaba caminando por un sitio histórico y más allá de la conmoción que me invadía quería llevarme en la planta de mis zapatillas el polvo que se le pegaron a él en su calzado... aunque sea.

Aquí vinieron en el 2006, Fidel Castro y Hugo Chavez y le rindieron homenaje al héroe argentino y esa visita también tiene su lugar propio dentro de Villa Nydia. Fotos de los dos comandantes con los amigos de la infancia del Che, con todo Alta Gracia como marco.

Firmé el libro de visitas, pedí que me sacaran fotos en el frente de la casa y a la par de la estatua del Che cuando niño. Dimos la vuelta con el auto y volvimos a pasar por el frente. En mi último golpe de vista me pareció que a la estatua le brillaban los ojos... A mi todavía me brillaban.