9 de marzo de 2008

El Cierre

Un pedazo de la vida de los tucumanos baja la persiana, para siempre. Yo soy tucumano y, como tal, alguna vez fui asiduo concurrente y una parte de mi vida también se cerró. 

Siesta de enero en Tucumán. Las lagartijas no se asoman ni a palos. Caminar desde Laprida al 200 hasta 24 de setiembre al 500 era una proeza, pero valía la pena y eso que había dejado la práctica activa del snooker o la billa.

Acababa de comer y el café para asentar el morfi "debía" tomarse en El Molino. No era un café cualquiera. Significaba encontrarse con gente amiga, ver jugar a tipos que la junaban lunga y por sobre todas las cosas seguro que me iba a reir, porque algo siempre pasaba. 

Como esa tarde que el "Sapo" López Frías se acercó a las escalones a la par de la mesa 2 y espetó: "Dany me dio una boleta de teléfonos para que le pague (el tipo hacía gestiones para los amigos por la mañana), y no sabés que kilombo que tuve...". Alguno preguntó porqué. Y el "Sapo", conteniendo la risa, agregó: "casi me meten en cana y todo... como será de vieja la boleta que estaba firmada por Grahan Bell..." Risotada general y puteada de Dany por la chanza. 

Eso era una siesta de El Molino. No era ir a la timba, aunque para algunos era eso. Era ir a compartir un ámbito donde se mezclaba amistad, discusión futbolera, café de garrón, cigarrillo (si algo lo terminó de empujar al cierre fue la prohibición de fumar en lugares públicos) o hablar de minas... casi siempre mal. 

También era sentarse a verlo al fanfarrón y, no menos talentoso, "Lulo" Díaz; al humilde y espectacular "Lalo" Elías. O ver el raro peinado de "Miquicho" Zavalía cada vez que se agachaba para taquear. O era verlo jugar y hablar de la noche a "Chito" Nieva.

Empecé a ir en los ´70 cuando hacerse la yuta era la gran aventura de un estudiante de secundaria y terminar jugando a la billa te ponía en un mismo plano con Indiana Jones. Con el loco "Miky" López caíamos de espalda a primera hora. Café con leche con bollos para auyentar el frío matinal y armarse de paciencia hasta las diez de la mañana para jugar en las mesas de atrás. La Nº 14 era lo máximo y "afanársela" a los jubilados tenía un gustito especial. 

De a poco el lugar oscuro se iba iluminando con los flouresecentes de las mesas. El "Pilo" y "Poroto" asustaban con sus ceños fruncidos y si te agarraban fumando sobre el paño o con el pucho encendido apoyado en la baranda, te rajaban de una. La aventura terminaba a las 12 o 12,30. A "gamba" hasta la esquina de Casal a comer una mila en Cuni para terminar morfando en la casa del "Loco" y disfrutar de la sobremesa en el taller de "Banana", el viejo de Miky. Anécdotas con olor a nafta y risas durante la tarde. De estudiar, ni hablemos. 

Después comencé a ir por la tarde. A ver las "metidas" por plata, a pesar de la prohibición. El "Chueco" Villagra, "Pepe" el hermano, "Cuchi" Lozzia, "Dani" Rodríguez eran algunos de los cracks. Los tres primeros se fueron jóvenes en tragedias que nos golpearon a todos. Cigarrillo y café (todavía no tenía gastritis). 

A veces me prendía, no en la metida porque no había respaldo económico y tampoco mucho talento y temple, pero si en alguna partidita por la hora y la consumición. Kilómetros a la vuelta de la mesa debo haber recorrido y eso que no era de prenderme en partidas largas. 

En otra época, hallá por los '90 ya eran otros los "actores". El "Sapo" López Frias, Fa-fa-fa, el Puma, "Chito" Nieva, "Lalo" Elías, mi "hermano" Terry, el "Japonés" Julio, Dany Brandán, era los animadores del teatro de la siesta. Porque eso era ir a tomarse un café después de morfar. 

Ya no me llamaba mucho la atención jugar. Cargadas, juego, trampas de 13 a 16. Allí terminaba la función porque había que volver al laburo, menos el "Sapo" que se fue a otra vida con los plásticos de fábrica de la espalda, intactos. 

Buscas, vagos, coleros, prestamistas, generosos, soberbios, humildes de actitud y bolsillo, revolucionarios de días hábiles (los domingos había que comer asados, como dice Pinti), ganadores de la boca para afuera, timberos y embusteros... el mundo, tal cual como el que conocíamos afuera de esas cuatro paredes, también habitaban a lo largo de la hilera de mesas. 

Hasta el sábado por la noche era un lugar de visita antes de ir a la milonga. Apurar un triple de ternera y una coca antes de levantar el vuelo nocturno. 

Cuando me enteré del cierre, me golpeó. Ya hacía mucho tiempo que no pisaba el "Salón de Té" como decía el inefable "Sapo" a modo de cargada. Las responsabilidades me quitaron hasta ese rito. Que lo parió. Esta puta modernidad se va comiendo todo. 

Ahora los pendejos se descerebran frente a maquinitas preparadas para ganar siempre. El músculo ágil para pulsar un joystik desplazó al talento para tirar un "pique y vuelva" de banda a banda. Dicen que habrá un mega proyecto gastronómico. 

Pero ni una cosa tan pretenciosa como un "mega proyecto gastrónomico" puede reemplazar a tanta historia, anécdotas, vidas, muertes, cigarros, cafés, talco, taco y tiza. Alta traición del impulsor del cambio a pesar de tener el mismo apellido que el fundador y hasta es el nieto, creo. 

Jamás ingresaré al "mega proyecto gastronómico", porque estoy seguro que no encontraré nada que me interese. Además, por más reformas edilicias que realicen, allí estará siempre "El Molino"

2 comentarios:

Redactor dijo...

Se nota que lo escribiste con el corazón, con el alma... Hace rato que te sigo, y puedo decirte que debe ser lo mejor -o lo que más me llegó- que escribiste en años compadre. Hay más sentimiento que anécdotas, más corazón que historia... Casi que cierro los ojos y me imagino todo lo que contás. Te la voy a "afanar" a la nota para leerla al aire, como un homenaje claro. Para el lugar y para usté cumpa. Un abrazo

Unknown dijo...

Negro: simple clap, clap, clap...
El resto sería desmerecer tamaño relato.
Reverencia hacia su prodigiosa capacidad para contar cosas.