Desde este sitio he sido y soy muy crítico con el momento del básquet tucumano. No saco los pies del plato. Somos todos culpables.
Dirigentes rapaces, jugadores que viven en una media, técnicos que adaptan su trabajo al medio que los rodea, árbitros eternemente sospechados, periodistas abonados a lo "no crítica" y público escaso que cree que les va la vida en el resultado final del eléctrónico.
Hace rato que le pisamos la manguera del oxígeno al enfermo terminal. Hace rato que nuestra pequeñez cerebral no toma la necesaria decisión de buscar una cirugía riesgosa para que el paciente se baje de la cama de la terapia intensiva, donde se aloja desde hace 30 años.
Un energúmeno salta una valla a segundos del final de un sentenciado juego y golpea a un árbitro haciendo injusticia por mano propia. El tipo se va como si nada. La policía mira sin actuar. La dirigencia reacciona y lo condena socialmente. Antes y, conociéndolo, lo cobijó. En voz baja, los que conocen la vida del club, conocían de su violencia.
Una competencia interna que se dilata como chicle porque, cuando le duele una uña a la estrellita de un equipo, se suspende la fecha. Porque el que juega un torneo interprovincial se cree dueño del torneo y suspende cada vez que se le amontonan los compromisos.
Si no les da el cuero o si la plantilla es corta, no tienen que soportarlo el resto de las instituciones. Cada uno lleva agua para su molino con egoísmo y maldad y la ATB se lo permite. Todos quieren ganar todo usando lo administrativo y lo deportivo en dósis similares.
El juego agoniza, pero los que deciden son zombies que no ven la realidad. Cada uno de ellos muerde y contagia al recién llegado, entonces el mal se propaga. Los que deciden, los que miran, los que conducen, los que juegan y los que arbitran están igual de enfermos que el juego mismo. No están en la camilla pero propagan la infección.
En este teatro, al tercer juego final del U-15, se lo llevó puesto la mezquindad de sumar un trofeo a la vitrina, antes que los chicos jueguen el cotejo. Explotaron los improperios en la redes. En la primera final del U-17 se sacaron chispas los técnicos que habían acordado jugarlo en un determinado horario.
Conveniencia y cobardía se combinaron para que un campéon de la vuelta olímpica sin jugarlo, con los padres festejando que sus pollos son campeones y con dirigentes sonriendo porque la picardía de barrio los llevará a hacer un lugarcito en la secretaría del club para colocar el trofeo.
Lamentable final de temporada en los primeros días del nuevo año... Tanto calendario superpuesto hay para que las finales de todas las categorías se jueguen a la velocidad de una cuadrera? Cómo puede ser que nadie piense? Cómo puede ser que sea más importante un silbato a favor que las lágrimas de Nataniel? Cómo puede ser que las ansias de colgarse medallas en el pecho hagan que el Amarillo tenga que jugar todo llevándose puesto sus pulmones?
Cómo puede ser que sean más importantes los que deciden y programan que los que pican la naranja? Cómo puede ser que un medio de prensa, al que que nadie le toca allí donde termina su espalda, no critique a nadie? Cómo puede ser que los papás crean que tiene Campazzos en su casa y crean que hay que agarrarse a golpes para el equipo donde juega su hijo gane?
Cómo puede ser los sueños de Juan Cruz, Martiniano, Bruno, Zamba, Julito, Chicho, Maxi, Zanca, Mauro y tantos otros pibes que rompen las zapatillas que sus papás le compran, queden truncos porque los mayores hacen cola pa' que la rayita del electro se convierta en una línea recta.
Una verguenza... que nadie para, mientras el sepulturero se acomoda su sombrero de copa esperando el momento para cobrar el servicio...
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