27 de diciembre de 2010

El club del asado


Su nacimiento fue espontáneo. Nadie planeó nada, pero sigue vivo desde hace cinco años. Y seguirá vivo... hasta que de.

La historia nació en largas tardes de laburo. Por aquellos tiempos éramos menos empleados y la tarea era frondosa. El compromiso era incondicional y respondíamos con honestidad. Eso sí... mucho laburo despertaba el hambre y la sed.

Horario cortado por aquellos tiempos, que permitía el almuerzo sin apuro. El viernes nacía la necesidad de juntarse con la gente del palo. Esos que usaban el mismo uniforme. Algunos dicen que no es necesario comer un asado... pobres no saben nada. Hay gente con la que querés estar y nada mejor que vacío, costillas y embutidos, con fuego por debajo para usar como excusa.

Fuimos y somos sectarios y excluyentes y, a raiz de esas dos condiciones, nos ganamos estúpidos detractores que envidiaron amistades ajenas y que, para colmo, vieron en nosotros algo que no somos y que no queremos ser. Enemigos, por ejemplo. El sectarismo y la exclusión nació de nuestro propio capricho. En realidad el grupo se armó con los que congeniábamos y nos sentíamos (sentimos) bien así.

No fue necesario sumar más integrantes aunque algunos gozaron de ese privilegio e ingresaron en forma tardía y mucho después que el reclutamiento de socios ya había cerrado. Y fue, casi sin proponérselo, condición sine qua non que no haya mujeres. La cosa era y es entre hombres... las mujeres son quilombo. Aunque alguna vez invitamos a algunas que se lo merecían...

Clase media, gente de laburo, con ambiciones, pero puros y derechos. Hasta hijos de "patrones", hay en la nómina. Amigables y solidarios así son los integrantes. Grandes tomadores de vino y fernet, algunas veces en cantidades casi industriales. Como aquel 02/11/2007 del que hay registros gráficos compromotedores. No míos porque soy un señor y ni siquiera en estado de ebriedad pierdo esa condición.

Pero la mística, si es que la hay, nació en el asador de Junín al 800, en el laburo mismo. Algunos se las tomaban para casa cuando terminaba la tarea y regresaban muy emperifollados como para asistir a un asado. Testigos, obnubilados por la ingesta de bebidas espirituosas, cuentan que las noches eran demasiado largas como para desperdiciarlas en un asado... únicamente.

No puedo dar fe de ello, porque temprano rumbeaba para mi casa con mucho alcohol en la sangre cosiendo de banquina a banquina la Diagonal a bordo de mi C90. Por la tanto no conozco dónde terminaban mis amigos ni a qué hora emprendían el regreso a sus hogares.

La verdad, es un milagro que siga con vida. Después de esos viernes alargados hasta que se me cerraban los ojos y que sólo el viento del regreso me los mantenía abiertos, que no me haya estrolado contra un colectivo fue sólo posible con la ayuda el Gauchito Gil. Ahora, cada vez que paso por uno de esos santuarios llenos de banderas rojas, se lo agradezco con tres bocinazos.

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