29 de agosto de 2009

La tradición... eso que se pierde


El consumismo y el vertigo de la vida moderna se fue comiendo todo aquello que formó parte de nuestra existencia y nosotros hacemos poco para que nuestra historia siga viva.

Los stickers pegados en la puerta de la heladera son, ahora, sinónimo de comida. De noche, ya nadie se arrima por la cocina. La carrera por ganarse la moneda quita ganas de encender una hornalla para preparar morfi como la gente. Entonces el menú indica una supermila con huevo, queso y jamón más fritas con ketchup.

Todo mal. Encima de arrugar para armar un guiso de arroz con arvejas (no de lata) zapallo y papas, el reemplazante de la cena pasa a ser un sánguche de estación de servicio que reemplaza a la tradicional milanesa completa sin ají y en sanguchero francés. El remozado emparedado se arma dentro de un pan migoso y medio dulzón que atrapa comensales sólo por su tamaño. Mi muletilla indicará que es un pan para putos.

Pequeñas cosas, si se quiere. Al fin y al cabo es apenas comida. Llegué a la conclusión que muchas cosas cambian por el solo hecho de cambiar y no para bien. Nada sirve si no es nuevo parece ser el lema, entonces lo nuevo es vestirse ridículamente y que ser un flogger es como ser un hippie fashion. O que uno se puede poner triste y paracer tal sin tener como razón de peso que una mina te haya dejado, por ejemplo. Solo con vestirse de negro, con un imprensentable flequillo y con los ojos deliniados con color negro ya te da chapa de triste.

Tamos perdidos. Ni triste en serio se puede ser. Mucho menos felices. Ir al cine para después terminar tomando un chocolate con churros en Candy ha mutado por un programa que se traslada a cines ubicados en shoopings o grandes super donde los papás depositan a sus molestos hijos para que ellos pueden realizar las compras sin que ninguno de sus herederos les rompa la paciencia.

Y para que se queden más tranquilos les compran "pop korn" o palomitas de maíz que una nena uniformada con cara de aburrida le coloca dentro de un vaso de cartón de colores. Antes le decíamos pochoclo y mi vieja lo hacía en olla, de noche y pal' invierno.

Nadie va al billar. El vicio nuevo es la play o el nintendo wi o andar en patineta en la plaza Urquiza. Qué carajo tiene eso que ver con lo que somos. Está bien la modernidad. Está bien el progreso. Pero también está bien nuestra historia, lo que somos, de dónde venimos. No es necesario perder la identidad para ser modernos.

Se juega al fútbol o algo parecido a eso en canchas en donde los jugadores entran de perfil y con cinco integrantes por equipo. Piso alfombrado y bajo techo son los ingredientes que van cambiando hasta la manera de practicar el deporte nacional. No es raro escuchar: "tenemos turno a la una". Por Dios, que alguien pare esto.

Ahora el Mercado de Abasto es zona de baile. Se convirtió en centro nocturno. Ex zona de guapos y malevos se puebla, de noche, de gente que toma vodka con energizante. Una bebida del este europeo se combina con un brebaje que se ingiere para mantenerse despierto. El objetivo es llegar a la borrachera lo más rápido posible.

Ahora se hacen cumpleaños de pibes en casas especializadas para que los invitados no ensucien la casa. Fiestas que son animadas por adolecentes gritones que creen que nuestros hijos tienen problemas auditivos. Comida impresentable que sirven a goteras dentro de un horario prefijado. Peloteros y laberintos completan la escena donde seguro uno se chocará la cabeza con otro. Y "la escondida" y "la pilladita" donde carajo quedaron?. Cualquier nene infradotado salta en un pelotero, pero no cualquiera se esconde de manera tal que le permita hacer la piedra "por todos mis compas".

Antes, los policías charlaban con la gente del barrio. Ahora no paran de mandar mensajes desde los celulares, mientras los arrebatadores pasan corriendo a su lado. Y los celulares son otro tema. "Vieja ya estoy en el colectivo, prepará la comida" dice un tipo comunicándose con su mujer en el regreso a casa. Antes, la bruja sabía a qué hora volvías y para esa hora estaba el morfi y si había un retraso se iba a un público y te comunicabas al fijo y chau.

Hay millones de ejemplos que harían esta nota interminable. Refleccionemos muchachos. Reaccionenos. No permitamos que los cambios nos cambien nuestra historia y las tradiciones que a ella la componen. La única manera es transmitir. Y, aunque a muchos les moleste, la verdadera empanada tucumana lleva pasas de uva. Pregúntenle a sus abuelas y lo comprobarán.

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