25 de mayo de 2009

No se fue... nunca se irá


Parece que el barba no tenía quien le repulgue las empanadas. Por eso la contrató a mi vieja, Doña Nilda. Dicen que el tiempo cura ausencias queridas. ¿Será?

A mi vieja se le ocurrió enfermarse y ahí anduve, con mi hermano, el "Gordo" Lito, entre médicos y enfermeras. Adaptando mi vida a los horarios de visita a la terapia y sufriendo y conteniendo y esperando y rogando. Preguntándome cómo esa mujer indestructible de repente se recibió de anciana.

No le gustaba esa palabra... anciana. "No soy una vieja..." me decía a menudo cuando le reclamaba que no subiera a los colectivos para ir a realizar trámites. Le había ganado un millón de batallas a la vida, desde chica. Mirá si se iba a asustar de subir con sus 82 pirulos al 7 en Bulnes y Perú para ir al banco a cobrar y después a pagar los créditos y los impuestos.

Porque era de antes, mi vieja. Pertenecía a ese grupo de gentes que respetaban las obligaciones ciudadanas a rajatabla. Aunque mi hermano, desde su pragmatismo mesiánico, le argumentaba que ni el gobernador era un buen contribuyente. En realidad le decía que ya no había contribuyentes.

En el ´75, cuando se fue mi viejo, ella decidió continuar su vida en soledad. Fue mujer de un solo hombre y se bancó lo que se vino con más huevo que cualquiera. Dos laburo para parar la olla y para que yo siguiera estudiando. Debe haber sido una gran desilusión para ella que yo largara los libros.

No me dejaba salir a la siesta cuando era pendejo. Había que dormir la siesta, decía. Y yo que me moría por ir a jugar a la pelota. Pero ese encierro forzado (no durante mucho tiempo) ayudó a que se me despertara mi amor por la radio y la música. Cómo me resistía al sueño post almuerzo, me encerraba en mi pieza con la Tonomac Siete Mares de mi viejo a escuchar sobre el mundo que exístía lejos del Barrio Kennedy.

Era enfermera y hacía guardia los sábados en el Hospital Padilla. El almuerzo del domingo era medio raro. La conversación iba desde los accidentados a los muertos, pasando por la sangre. Nos terminamos acostumbrando. Fue el médico del barrio. Era medio raro que le pifie a un diagnóstico. También laburaba en el dispensario (el caps de los ´70) de Villa Santillán.

Había empezado jovencita con la vocación de ayudar. Me sabía contar que a las cinco de la mañana se subía al "tren de palo" para ir a prestar (regalar, en realidad) servicios en el Hospital de San Pablo. Vivía en Villa Alem, Congreso 1.350 pa' más datos. Iba a gamba hasta la estación de la Avenida Roca, pero no se le arrimaban ni los perros. Los "Pansas" integrantes de una familia de guapos de ese barrio, la acompañaban 20 metros atrás. "Vos andá Nildita... que nosotros te cuidamos" le decían los tipos. Jamás le pasó nada.

Crió a sus hermanos más chicos cuando mi abuela, a quien no conocí, falleció. Aprendió a cocinar con una maestría sin igual. Nos crió a nosotros y ayudó a un millón de personas. Su velatorio fue una clara muestra. Hubo gente de todos lados. No estuvimos solos. Mis hermanas postizas Susana y Doris, las vecinas que hicieron de hijas desde hacía mucho tiempo no se apartaron de su lado.

Nunca me imaginé que iba a escribir sobre la vida de Doña Nilda. Siempre pensé que iba a estar conmigo para siempre, que no me iba a dejar, que me iba a seguir enseñando a cocinar. Todos los fines de años me sabía decir "tenés que venir cuando haga pan de navidad... yo un día me voy a morir y tenés que aprender..." Siempre le contestaba lo mismo: "dejá de joder mamá, vos no te vas a morir nunca..." Y, por mi tozudez no aprendí a hacer pan de navidad

Pero es así Doña Nilda, Ud. no se va a morir nunca.
En el canto del chalchalero, Ud. estará
En el mate cocido con bollos de Lito, Ud estará
En el olor a pasto recién cortado, Ud. estará
En la mayonesa de aves de Agostina, Ud. estará
Cada vez que el potus parezca nevado, Ud. estará
En la "milanesita con arroz" de Claudio, Ud. estará
Cada vez que la casa brille, Ud estará
En la torre de panqueques de So - So Ud, estará
Cada vez que alguien necesite una inyección, Ud. estará
En el insuperable estofado de albondigas con papas, Ud. estará

Y estará en mi corazón... por siempre
Gracias Doña Nilda.

1 comentario:

Tucumán Ambiental dijo...

Hermosas palabras sobre tu madre negro!!
y bue! que se puede esperar de "un Angel"